El frío apremia y su presencia también se nota en los vehículos. Ha llegado la hora de incorporar una nueva rutina antes de ir al trabajo: Raspar la luna del coche. Un hábito perecedero, que obliga reajustar la alarma del despertador, justo en el momento que más cuesta abandonar el calor de las sábanas.
Un nuevo cometido al que se enfrentan aquellos que no tienen la suerte de estacionar su automóvil bajo techo en invierno. La experiencia adquirida con el paso de los años, les ha llevado a desarrollar técnicas de actuación. Se trata de eficaces metodologías que se repiten cada mañana desde el mes de noviembre hasta finales de febrero, en el mejor de los casos.
La industria automovilística, también ha facilitado la tarea con productos específicos para esta labor, que parecía que este año no llegaría nunca. Pero sí, ya está aquí. Y vaya usted a saber cuánto durará.
Las lunas heladas son el menor inconveniente en la relación frío-coches. La realidad refleja que esta combinación es muy perjudicial para una de las dos partes, la segunda. Especialmente, si el vehículo permanece a la intemperie durante varios inviernos.
Los neumáticos y las piezas de goma son los más afectados por el descenso de las temperaturas. La congelación altera la presión de las ruedas del coche. Esta pérdida de aire genera un desgaste mayor en la cubierta y puede ocasionar problemas de adherencia, con el peligro que ello conlleva.
Deterioros que también sufren las correas, manguitos o limpiaparabrisas, la elasticidad de estos últimos disminuye cuando el termómetro baja de los 10º. El freno de mano es otro de los sistemas de seguridad perjudicados por el cambio del tiempo. La escarcha acumulada durante la noche puede pegar la pastilla al disco metálico.
El descenso del mercurio en invierno se relaciona también con la falta de potencia de la batería del coche. Su rendimiento se ve comprometido cuando las temperaturas son inferiores a cero grados y su antigüedad es superior o igual a tres años.